Te apoyas contra la pared, cerrando los ojos en busca de la suficiente energía para terminar la ducha sin ahogarte en el intento. Sientes las gotas de agua recorriendo tu cuerpo, envolviéndolo y limpiando el cansancio y el sudor acumulado.
En algún lugar de tu mente se forma la idea que, quizás, si pasas el suficiente tiempo metido debajo de la ducha, el agua entrará en tu cerebro y limpiará el cansancio que no te deja pensar, de la misma forma que ha limpiado tu piel.
Quizás, si estas ahí el tiempo suficiente el agua terminará por envolverte por completo, haciendo callar la voz de tu mente que te recuerda que no tienes tiempo y que ahora no es el momento de parar.
Y podrás descansar.
No sabes cuánto tiempo estás ahí, sin hacer nada, solo, con el abrazo del agua y el repiqueteo de las gotas contra los azulejos como única compañía. En una especie de limbo acuático del que no quieres salir.
Pero la cordura y la responsabilidad te hacen volver a la realidad:No se puede malgastar tanta agua. Hay cosas que hacer y plazos de entrega que cumplir. Hay una vida fuera de esta ducha que te reclama con urgencia y a la que no te puedes negar.
Algo más despierto pero igual de agotado sales de la ducha dispuesto a continuar con el día.
Y a seguir soñando con el momento en que, de verdad, puedas descansar.