“Todo lo que has hecho en la vida te ha llevado hasta aquí”- piensas en uno de esos momentos extrañamente absurdos y dramáticos que solo ocurren cuando te observas delante de un espejo sin ningún motivo en especial. Matando el tiempo sin saber muy bien qué hacer ni hacia donde encaminarte. Cómo si el sendero de baldosas amarillas que habías estado siguiendo hasta entonces hubiera desaparecido bajo tus pies antes de que llegaras a tu destino.
El problema de no tener la vida planeada, reflexionas, es que tiendes a dejarte llevar. Y el problema de tenerla planeada es que llega un momento en que el plan se agota y no sabes qué hacer.
Y ahí estás, en una encrucijada, sin saber que camino tomar ni sí en verdad existe alguno, mirando tu reflejo en el espejo, como si esperaras encontrar en él la respuesta.
“Espejito, espejito mágico...”-murmuras entre dientes con una sonrisa irónica porque eres lo suficiente mayor y cínica para saber que no existen los cuentos de hadas y que nada es tan fácil.
Demasiado mayor para creer en ellos, pero lo suficiente niña como para no poder evitar desear volver atrás y pensar que, si te esfuerzas lo suficiente, conseguirás todos tus sueños.
El problema es que ya has cumplido esos sueños o lo has intentado, antes de darte cuenta que tu fantasía escondía una realidad más cruel y amarga que no la hacía tan deseable. Has olvidado las promesas que te hiciste, cuando aún pensabas que solo con esfuerzo y empeño podrías alcanzar lo que te propusieras y que todo era posible.
O quizás no lo has hecho, y simplemente te has dado cuenta que la persona que eres ahora no comporte esos sueños, que la niña y la joven no son tan parecidas como lo fueron una vez. La verdad es que no lo tienes claro. Todo está confuso en una mezcla de "quise y no pude", "pude y no quise" e "¿Y si...?" que ya no tienen solución pero de la que no puedes apartarte.
Solo sabes que no sabes que hacer, y estás cansada de oír lo que la gente dice al respecto, como si el saber lo que una persona a tu edad hacia décadas o siglos antes pudiera ayudarte a decidirte. Como si eso pudiera ayudarte a sentirte más preparada para enfrentarte a la vida adulta.
Pero no lo estás, ni sabes que hacer para estar preparada. La cara que te mira desde el cristal no es una niña, pero aún guarda algo de ella. De la niña que fuiste una vez y de la que ya no quedan más que recuerdos y fotos guardadas con mimo. De su esperanza en ser algo, en ser alguien que pudiera ser recordada como una buena persona, si no por todos si por su gente que, como has ido descubriendo, al final son los que importan.
De la niña que nunca entendió a Peter Pan pero tampoco entendía a los adultos y sigue sin entenderlos. De una niña más, perdida en el camino hacia la edad adulta y que sabe que ya no quedan migas de pan que la enseñen el camino de vuelta ni si podrá distinguir los lobos feroces y las casas de caramelo a tiempo para apartarse.
Pero delante de la niña está la joven. Ese rostro que contemplas delante de un espejo de un cuarto de baño en un lugar donde no existen los cuentos y las fantasías rara vez se hacen realidad. Un rostro que quizás, si miras con detenimiento, puedas llegar a ver el de la mujer en que se convertirá, sea esa persona quien sea.
Tan perdida como la niña que hubo hace años y la joven que hay ahora mirándose al espejo. Intentando averiguar si hay un camino, un plan o algo que seguir y temiendo todo el rato la respuesta. Porque sabe que no puede responderla hasta que la joven avance.
Y la joven sigue mirándose al espejo, perdida, sin saber cómo ni hacia dónde ir.
Sabiendo que en realidad si lo reduce todo solo hay un camino que seguir, hacia delante, y una cosa que desear, que el trayecto sea soportable y haya gente que la acompañe. A pesar de que ello no la hace sentirse menos perdida.
"El problema es no saber dónde está ese camino"-piensas en voz alta mientras sales del cuarto de baño dispuesta a seguir dejándote llevar-"Ni cómo encontrarlo."
Porque, por desgracia, para cierto tipo de caminos no existen las brújulas.
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